A 10 años de la Resolución 125 y el Voto «No Positivo»


Fueron 4 meses de tensión, desde la resolución anunciada por Lousteau hasta el final de película en el Congreso, con el voto "no positivo" de Cobos.

El Senado, partido en dos, y con el voto decisivo de Cobos, rechazaba el proyecto que pretendía hacer ley la Resolución 125 del Ministerio de Economía que imponía retenciones móviles al sector agropecuario. La Cámara alta provocaba así la primera derrota política del kirchnerismo en el gobierno desde 2003. También torcía la voluntad, y acaso el rumbo, del flamante gobierno de Cristina Kirchner, que había asumido el 10 de diciembre de 2007.

Hasta entonces, y desde la llegada al poder de Néstor Kirchner en 2003, su gobierno y el de su sucesora habían desarrollado con éxito la fórmula de la confrontación, la estrategia del “o son ellos o somos nosotros”, en varias instancias claves: los fondos buitres, el siempre omnipresente FMI, la rémora menemista en la Corte Suprema, la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y los juicios a los militares acusados de delitos de lesa humanidad.

El enfrentamiento con el campo, que entre marzo y julio creció en intensidad y violencia, se zanjó en el Senado a favor del campo.

Los Kirchner se quisieron ir del gobierno al día siguiente de la decisión de Cobos. Fuentes del gobierno de aquel entonces confiaron a este diario que fue el ministro Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, el que intentó convencer a la Presidente para que no renunciara y que incluso llegó a telefonear al presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula Da Silva, para que convenciera a los Kirchner de que era un desatino emprender la retirada del gobierno.

La culpa fue de la soja, que en 2008 alcanzó su precio más alto. El 23 de marzo de ese año, el entonces ministro de Economía, Martín Lousteau, dictó una resolución, la 125/2008, refrendada por CFK y Alberto Fernández, que transformaba en móviles las retenciones a los productores de granos.

La movilidad estaba basada en el precio: con granos, soja en este caso, vendidos a un precio bajo, las retenciones casi no existirían. A precios más altos, mayores retenciones. Un precio internacional de 400 dólares para la tonelada de soja, redundaría en una retención de casi el 38 por ciento a los productores. Si el precio de la soja aumentaba, y todo indicaba que iba a aumentar, y aumentó,las retenciones podrían llegar hasta el 49 por ciento: la mitad de lo producido por el agro pasaría así a manos del Gobierno.

Las entidades rurales, por siempre divididas, se unieron como una sola para rechazar la medida. Nacieron los cortes de ruta en el interior, los cacerolazos en la Capital, las contra marchas K con el ex piquetero Luis D'Elía a las trompadas contra los opositores en Plaza de Mayo, el desabastecimiento en las grandes ciudades y un clima de tensión cada vez más visible.

La Presidenta no tuvo mejor idea que condenar las protestas por cadena nacional el 25 de marzo con una frase poco feliz: habló de “piquetes de la abundancia” e invirtió la carga de la prueba: dijo que no se iba a dejar extorsionar.

El kirchnerismo vio en las protestas “un intento de golpe de Estado” y en las llamadas “mesas de diálogo” destinadas a alcanzar un acuerdo, hubo de todo, incluso diálogo.

El conflicto pasó a la Justicia: en mayo fueron arrestados ocho ruralistas por los cortes de ruta y en junio fue detenido el dirigente Alfredo de Angeli, una de las cabezas de la protesta. Tras esa detención, el metálico concierto de cacerolas llegó hasta la Quinta de Olivos.

El 17 de junio, la Presidente anunció, también por cadena nacional, que la resolución de Lousteau (que había renunciado el 25 de abril) era ahora un proyecto de Ley que sería enviado al Congreso. El Gobierno estaba convencido de que en el Parlamento iba a ganar la batalla.

El gesto de Cristina Fernández, presentado como subordinación del Ejecutivo a las reglas de la democracia, no era tan así: la orden presidencial era que la resolución se aprobara “sin que se cambie una coma”.

Diputados la aprobó por un margen escaso de siete votos, 129 a 122. Y el 16 de julio, en el Senado, empezó un largo y vehemente debate que duró dieciocho horas y que, antes de la primera votación, se vislumbró como un empate.

Más que vislumbrarlo, los legisladores lo sabían: los senadores de las provincias afectadas por la 125, incluidos algunos “radicales K” que decidieron votar contra el proyecto del gobierno, pusieron las cosas tanto a tanto contra la “mano alzada” de los legisladores K.

Lo sabía el propio Cobos, que como presidente del Senado debía desempatar y que habló con su contrafigura shakespereana de aquella noche, Miguel Ángel Pichetto, jefe del bloque K de senadores, para que hallara la forma de que él no tuviese que desempatar. ¿Le adelantó Cobos que su voto iba a ser contrario? Al menos sí lo hizo con Alberto Fernández, su interlocutor en aquellas horas decisivas. Pichetto ya vivía su propio drama político y personal, al no haber logrado de su bloque todos los votos a favor que él esperaba y que le exigía la Presidente.

El debate entró en un largo cuarto intermedio, supuestamente destinado a definir posiciones y a que Cobos no tuviera que zanjar diferencias. Ya entradas las primeras horas del 17 de julio, el Senado se preparó para votar el proyecto de ley que instauraría las retenciones móviles al sector agropecuario, con el anunciado empate en danza. Cobos había cenado tarde junto a su familia, y en esa intimidad se lamentó del brete en el que lo colocaba el destino. De alguna manera, él se había embretado: había sugerido en una carta pública que el Ejecutivo enviara el proyecto de la 125 al Congreso.

En esas horas, el vicepresidente era el tipo más presionado de la Argentina. El oficialismo le sugirió no volver a la sesión, que asumiera el vicepresidente del Senado el peronista José Pampuro, que podría “desempatar” llegado el caso tal y como pretendía el Gobierno.

Menos sutiles, otras voces le sugerían a Cobos que renunciara tras su voto si éste era negativo. Hasta hoy Cobos tiene la certeza de que el país vivía las previas a una guerra civil. Alguna vez reveló que había enviado custodia policial a las casas de los legisladores que se lo pidieron y que alguno le solicitó autorización para entrar armado al recinto.

Nunca dijo si la Presidente o el ex presidente Kirchner lo llamaron, pero sí dijo que no atendió a nadie de los muchos que lo hicieron. Algunas fuentes sostienen aún hoy que Cobos atendió los llamados del ministro del Interior, Florencio Randazzo, y de Néstor Kirchner.

Minutos antes de entrar al recinto, Pampuro le acercó un celular al titular del Senado: “Es Alberto (Fernández). Atendelo”. Fernández pujaba por el voto a favor del vicepresidente y Cobos impulsaba un cuarto intermedio para acordar un proyecto en común, tal vez mejorador de aquel del que “no se puede cambiar ni una coma”.

Cobos dice a Fernández que debe ser Pichetto quien proponga el cuarto intermedio: “El país se incendia, esto va a costar sangre argentina –le dice al Jefe de Gabinete–, hay una mayoría de la sociedad que está pidiendo que terminemos con este conflicto. Yo voy a planear un cuarto intermedio. Si no, voy a votar en contra.”

Pampuro se ofrece entonces como mediador. Le dice a Cobos: “Estirá el discurso que yo veo si lo convenzo a Pichetto”.

Es entonces cuando, ya en la madrugada del 17, se entabla en el senado un dueto de ópera verdiana más digno del escenario del Colón que del recatado ámbito del Senado.

Cobos empieza un largo y extraño discurso en los que habla de “los momentos difíciles de mi vida”, después de advertir que el país está en la calle y que la sociedad espera una respuesta que preserve la institucionalidad y la paz social. ¿En qué piensa el vicepresidente?

Habla de su juventud, sacudida por el conflicto con Chile por el Canal de Beagle. Lanza algunas brevas de hermandad. Habla de Malvinas, de su gestión como gobernador de Mendoza, plantea una duda metafísica: “Hoy debe ser el día más difícil de mi vida (…) No sé por qué el destino, la historia, me pone en esta situación”.

Recuerda a su abuelo inmigrante, campesino en Chacabuco, vuelve a la necesidad de que el Congreso elabore un acuerdo sobre la 125, consciente de que “el vicepresidente deba tomar una decisión que seguramente no traerá la solución que todos están esperando”. El largo viaje verbal de Cobos se estira en la madrugada hasta que, previo gesto de impotencia de Pampuro (se encogió de hombros y le mostró las palmas de las manos), Cobos redondeó. Pidió al bloque oficialista un cuarto intermedio y un acuerdo.

Pichetto entonces habló para lanzar una frase simbólica y tremenda. Le dijo a Cobos: “Presidente, Jesús les dijo a los discípulos: ‘Lo que haya que hacer, hagámoslo rápido”. Lo de Jesús fue más o menos así: era aquella una noche de tensiones, no se le puede pedir a nadie rigor en las citas bíblicas. El Evangelio de Juan (13. 21-27) revela que lo que Jesús dice en la Última Cena, y no a sus discípulos, sino al gran traidor, a Judas Iscariote, al hombre que lo va a vender, es: “Lo que vas a hacer, hazlo enseguida”.

Pichetto intenta suavizar sus palabras: “(…) Presidente, ni quisiera estar en su lugar…” Pero la afrenta estaba lanzada y definía cómo veía el Gobierno en pleno, y el parlamento oficialista, a la decisión que Cobos iba a tomar.

Votó el Senado: 36 votos a favor, 36 en contra. Un empate perfecto. Hundido por la responsabilidad, Cobos tomó de nuevo la palabra “(…) La historia me juzgará. No sé cómo. Pero espero que esto se entienda. Soy un hombre de familia, como todos ustedes, con una responsabilidad en este caso (…) Estoy actuando de acuerdo con mis convicciones. Que la historia me juzgue. Pido perdón si me equivoco Mi voto no es positivo, mi voto es en contra”.

Al día siguiente, el Poder Ejecutivo retiró el proyecto de ley y la 125 quedó, casi, en el olvido.

Fuente: Diario Clarín